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Es muy triste que se tenga que conmemorar el día de la mujer trabajadora en pleno s: XXI con tantas desigualdades y marginación hacia las féminas. Para mí, celebrar esta efeméride, ya es en sí un acto denigrante. Y en nuestra sociedad hay una extraña tendencia a recordar las desgracias, aquello que derramó sangre, lo marginal, excluyente y depravado.

Uno de estos acontecimientos hacia las mujeres, quizá el más simbólico pero no el único, se produjo el 25 de marzo de 1911, cuando unas 149 personas, la mayoría mujeres murieron en el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York.

El suceso reveló las penosas condiciones en las que trabajaban las mujeres, muchas de ellas inmigrantes y muy pobres. El suceso no fue único –hubo otro incendio en circunstancias similares tres años antes—pero suscitó grandes movilizaciones y marcó en el calendario un día que ya se había empezado a conmemorar dos años antes también en la ciudad de Nueva York, donde las mujeres conmemoraron por primera vez el Día Nacional de la Mujer.

Era el 28 de febrero de 1909 y más de 15.000 mujeres salieron a la calle para reivindicar mejores salarios, reducción de la jornada laboral y el derecho al voto. El 8 de marzo -declarado oficialmente por la ONU en 1975- se reivindica a todas las mujeres y la igualdad completa de derechos.

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Heridas ancestrales femeninas:

Los invasores indo-arios de la era astrológica de Aries (2do. Y 1er. Milenio A.C) arrasaron en el mundo antiguo y destruyeron la religión y la cultura de la Madre. La Gran Madre representa la Tierra desde donde nace toda la vida y a dónde retorna al final de un ciclo natural.

En las culturas primitivas, la esencia femenina prometía abundancia, nacimiento, crecimiento, armonía, comunidad y relación. Lo que había estado en el ámbito de la Diosa, con la llegada de las tribus masculinas, es reemplazado por el mundo patriarcal y el arquetipo del padre/masculino. La Gran Madre había reinado sobre sus hijos magnánimamente y ahora, el Dios Padre entra en escena para oprimir a la mujer y a la naturaleza con la supremacía masculina.

En el lugar de los ritos sagrados de la Diosa, los invasores establecieron el culto a los dioses celestiales guerreros y así someter a la mujer a las reglas e imposiciones del hombre. El fuego femenino era chamánico, sanador y sexual. El fuego masculino es guerrero, ascético y dominador.

El retorno a la esencia de Pachamama:

 En estos días hay diferentes llamamientos a la reivindicación de los derechos de la mujer. Uno de los carteles que he visto anunciando una manifestación que me llamó poderosamente la atención, tiene este mensaje: "ni silenciadas, ni explotadas, vivas y combativas". Por un momento pensé; no sé si pertenece al patriarcado o al matriarcado...

Sinceramente, después de todo lo que hemos pasado las mujeres históricamente, merece la pena seguir en el resentimiento y la rabia? Debemos estancarnos en una herida ancestral que no dejamos cerrar? Hay que instigar a los que nos sometieron con la misma moneda? Difícilmente, el odio va a curar el odio y este nos va a perpetuar en una sociedad plena de carencias afectivas.

El retorno a la esencia de la Tierra, Pachamama nos puede ayudar a recuperar aquel lugar de donde venimos y al que pertenecemos. Y todo ello, más allá de los límites de ser hombre o mujer. Habitar este planeta en una convivencia igualitaria, basada en el respeto a la Tierra como gran Madre nutridora de sus hijos, los  habitantes de la creación.

Si retomamos la auténtica esencia de Pachamama, no hay conflictos solo unidad y concordia. Y eso no depende de nada ni de nadie, tan solo de nosotros.

Ana Hatun Sonqo